Por Miguel A. Lozano. Gerente de la Red de Teatros Alternativos.
La última década ha estado plagada de grandes cambios que han afectado de manera especial al sector cultural. Cada vez está más claro que no se ha tratado de una crisis coyuntural; si así hubiera sido, sería razonable suponer que en un tiempo breve las cosas volverían a ser igual que antaño. No creo que nadie con un mínimo conocimiento de la situación actual esté hoy en ese escenario. Estamos en un periodo de cambio, donde el anterior modelo decae pero sin acabar de vislumbrar uno nuevo, alternativo y viable, más allá de los ensayos más o menos afortunados en políticas públicas culturales. Mientras ese nuevo modelo llega, muchas organizaciones sienten la necesidad de actuar conscientes de que las viejas recetas y discursos son cada vez menos útiles. Y es en este contexto es donde resulta pertinente hacerse la pregunta de si las organizaciones culturales piensan o se deja llevar, cual balsa a la deriva, por el oleaje.
Para tranquilidad de lectoras y lectores diré que sí, que la mayoría de las organizaciones culturales piensan, si bien ello no es garantía de éxito; como casi todo en la vida, dependerá más del cómo, del cuándo, del para qué o con quién; pero al menos manifestar la voluntad de querer [re]pensarse evidencia quizás dos anhelos no menores: 1) Que se es consciente de que hay un problema en el nosotros fruto, seguramente, de un diagnóstico de situación que no nos deja en el mejor lugar (frente a la fácil tendencia a culpar a otros de nuestras propias limitaciones) y 2) Que se está dispuesto, al menos a priori, a abrir un proceso para buscar un mejor acomodo de la organización cultural a la realidad, lo cual, por cierto, representa un esfuerzo notable y más complejo de lo que podría parecer a priori, por la cantidad de voluntades y expectativas, en ocasiones contradictorias, que es necesario movilizar para lograr vencer la inercia.
La Red de Teatros Alternativos lleva un tiempo en ello, de momento con resultado más bien modesto, pero apuntando maneras. Hemos puesto la mirada en lo internacional, hemos reactivado algunas dinámicas de captación y análisis de datos y tratamos -con fortuna desigual- de recurar proyectos o modificar aquéllos que muestran síntomas de agotamiento.
Pero no somos los únicos, ni mucho menos, en ese empeño por mejorar. En junio de 2018 he asistido invitado por COFAE a Escena Galicia Pro. En este evento COFAE reunió a varios profesionales con el propósito de hacerles reflexionar sobre el futuro de las ferias, en este contexto de cambio profundo que ha afectado al mercado de las Artes Escénicas. La iniciativa busca replicar metodología en todas las ferias en las que ello sea posible, recurriendo en cada una a diferentes perfiles profesionales. Es de suponer que al final del camino se habrá generado un material rico y diverso que tocará analizar a COFAE para extraer las consecuencias que estimen oportunas. No pretendo en este escrito entrar en el fondo de la cuestión, sino destacar la importancia que COFAE ha otorgado a incorporar a otros en ese proceso de repensarse, algo menos habitual que deseable en la mayoría de estructuras culturales, que suelen confundir una especie de autoría (nosotros nos bastamos para repensarnos) con ensimismamiento. España es singular en muchas cosas, como bien sabemos, también lo es en lo referente a la creación de un tejido de asociaciones de ámbito estatal sin parangón en nuestro entorno geográfico inmediato. Muchas de ellas surgieron como mecanismo para introducir en la agenda política tras la dictadura la cuestión cultural, en un país donde no existía una política cultural más allá de la popular. Años después, esas asociaciones estatales tienen ante sí quizás uno de sus mayores retos, que no es otro que ofrecer algo de luz en estos tiempos tan confusos y maleables. Felicidades a COFAE por la iniciativa.